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Colonia Manitoba en San Pedro

Menonitas e indígenas: una convivencia criminal

Los chicos de la comunidad Spajin presentan habitualmente cuadros febriles y malestares. (Foto:SV)

Aproximadamente a 40 km de Santa Rosa del Aguaray, se encuentra desde 1983 la Colonia menonita Manitoba. Un camino por el que para transitar se debe pagar una contribución de cinco mil guaraníes, nos conduce hasta la comunidad indígena Spajin.

A la derecha maíz, y a la izquierda, también maíz. El cultivo se extiende hasta donde alcanza nuestra vista y un poco más allá.

La “barrera viva”, esa inútil exigencia medioambiental que establece una plantación perenne entre el cultivo y el camino, no existe.

Nos dirigimos a las entrañas del Paraguay que produce, que produce riqueza para unos pocos y miseria para unos cuentos, la mayoría en este caso.

La comunidad Spajin

Menelio Giménez, Secretario de Medio Ambiente de la Gobernación de San Pedro y guía en este reportaje, se comunica con el Cacique Crispín.

La Spajin es una comunidad de la etnia Mbya Guaraní conformada por 36 familias que ocupan una extensión de alrededor de 100 hectáreas en el corazón de la colonia.

Crispín reúne a los notables de la comunidad en el patio de la pequeña escuela a la que concurren alrededor de 40 alumnos entre chicos y grandes. A menos de 50 metros se levanta imponente el maizal.

“Los chicos están expuestos a las fumigaciones, es muy común que presenten cuadros de fiebre y malestares” nos dice Librada Martínez, una de las maestras. Su hija, Tatiana Viera, también da clases en la escuelita. “Necesitamos un baño, los chicos tienen que hacer sus necesidades en los yuyos”, nos comenta.

Lejos de los ambiciosos proyectos que plantean entregar una Laptop a cada niño del Paraguay, las necesidades de esta escuela parecen pasar por otro lado. “Recibimos leche para el desayuno escolar, pero generalmente llega la mitad de lo que nos corresponde” denuncia Librada.

Otro de los inconvenientes diarios es el transporte: “Todo nos queda muy lejos, por eso el que se enferma la pasa realmente muy mal”.

Crispín habla poco. No es necesario que lo haga; el lugar aturde. Pobreza extrema. Abandono. Aislamiento. Injusticia. Desolación. Seguramente este indígena de unos treinta años sabía que sería suficiente con sentarnos debajo del árbol y dejar que observáramos un poco.

Menonitas e indígenas, dos modelos que confrontan de manera inevitable.

Los menonitas contratan (por decirlo de alguna manera) a los indígenas para changas. Les pagan entre 40 mil y 50 mil guaraníes por una jornada completa de trabajo.

Un ingeniero puesto por el MAG asesora a los Spajin en el desarrollo de la huerta comunitaria. Le preguntamos a Crispín por qué no cultiva todo el terreno que le pertenece a la comunidad. El Cacique rehúye la pregunta y alega que no tienen tiempo para dedicarle a su propia tierra.

La verdad pasa por otro lado. Los guaraníes no son productores, son recolectores por naturaleza y, tal cual lo expresa la Constitución, su derecho es seguir siéndolo.

Por el contrario, los menonitas son abnegados productores. El choque cultural es inevitable.

La colonia Manitoba se formó cuando en el año 1983, alrededor de 400 menonitas procedentes de México se instalaron en esta zona del departamento de San Pedro para dedicarse a la producción láctea y la agricultura, volcándose definitivamente por esta última con el surgimiento del “boom” sojero.

Agrupados en cooperativas, estos meno son los más conservadores y tradicionales dentro de las numerosas colonias que habitan el Paraguay.

Juntos, pero separados

Unos porque la trabajan y otros porque la recorren desde que tienen memoria, se sienten dueños de la tierra que habitan. La iniciativa menonita evidentemente ha derrotado a la pasividad indígena. Por supuesto, contaron con aliados poderosos: el gobierno y los organismos encargados de hacer cumplir las leyes.

Acorralados por estos hombres y mujeres blancos como la leche, y tan altos como el maíz que cultivan, los indígenas apenas sobreviven. Las instituciones creadas para proteger sus derechos los ignoran. La prensa los estigmatiza y la sociedad prefiere mirar para otro lado. Y yo me pregunto ¿no tienen derecho a un poco de odio hacia todos nosotros?

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