La historia viviente
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Las relaciones de frontera en el Paraguay y el Río de la Plata colonial

Múltiples relaciones se dieron entre nativos e hispano-criollos en las fronteras rurales de la región.

Por Mauro Luis Pelozatto Reilly (*), especial para NOVA

Sin lugar a dudas, estas sociedades tuvieron una vida marcada por las relaciones de frontera, las cuales tomaron diferentes formas y grados de intensidad. Particularmente, en lo que hace al período aquí analizado, fue bastante conflictivo.

Hasta los primeros años del siglo XVIII, las fronteras de la región se habían mantenido relativamente pacíficas si las consideramos al lado de otras como los Valles Calchaquíes. A lo largo de la centuria anterior, las relaciones hispano-indígenas solían darse medianamente en paz y esporádicas, marcadas por las entradas de reconocimiento durante la práctica de las vaquerías.

Sin embargo, las transformaciones que se fueron dando en las comunidades indígenas, más otros procesos paralelos como la progresiva extinción del ganado cimarrón, ayudaron a la intensificación de los problemas.

Entre estos conflictos estuvieron las famosas ‘‘rebeliones comuneras’’ que se dieron en Paraguay (aunque también en otros puntos del Virreinato del Perú), las cuales consistieron en motines encabezados generalmente por la población mestiza de la región.

En el caso paraguayo, se destacó el impacto negativo sobre la producción y comercialización de la yerba lo cual se puede observar en la progresión de la de la misma: a comienzos de la centuria se registraron 50.000 arrobas, mientras que en la década de 1730 bajaron a 15.000, alcanzándose cierta recuperación hacia 1750.

Asimismo, si tenemos en cuenta los datos de los padrones de Buenos Aires de 1726, se encuentra relación entre los conflictos y las migraciones regionales. Hubo un primer momento migratorio entre 1720-1735, caracterizado por los ataques de los grupos indígenas chaqueños en la frontera de Santa Fe.

Como consecuencia se fundaron los pueblos de San Nicolás de los Arroyos y otros en el Norte de Buenos Aires, con considerable población santafesina. Por ejemplo, sobre 49 empadronados en Los Arroyos (1726), 42 eran provenientes de Santa Fe (el 85,7%), lo cual habla de un poblado constituido a partir de una migración de pueblos enteros, justo en pleno período de los comuneros y de los ataques de los ‘‘infieles’’.

Tomando el padrón en general, sobre un total de 551 cabezas de familia, 60 eran oriundos de esa provincia, (10,8%), una cifra para nada despreciable. Si a eso le sumamos a que la mayoría eran pobladores con algunos meses o pocos años de antigüedad en la jurisdicción, podría suponerse que se trataba de migrantes que tuvieron que marcharse de sus hogares por problemas como los anteriormente mencionados.

Parece ser que los cruces violentos con parcialidades de ‘‘indios’’ fueron bastante frecuentes en este lapso. En 1723, la gente que se alistaba para salir en carreta hacia las salinas, debieron de prepararse para frenar el avance de los ‘‘indios minuanes’’. Dos años más tarde, don Juan de Illescas se quejaba de los daños causados por los mismos grupos sobre la gente que se encontraba en la Banda Oriental realizando faenas de cueros.

En Santa Fe, en 1724, se decidió solicitar autorización para hacer una entrada general con participación de las jurisdicciones de Tucumán, Paraguay y Río de la Plata, con el objetivo de castigar severamente a los indígenas y asegurar la conservación de la provincia, y que después cada una realizara alternadamente una entrada anual.

A comienzos del año siguiente, el Procurador General pidió que las 100 plazas adjudicadas a Santa Fe fueran cubiertas con gente del Paraguay, por no haberse pedido completar con los vecinos y forasteros, con la idea de que también hicieran una pared y una zanja.

En 1727 se registró un ataque de 34 indios y 6 canoas de ‘‘paraguayáes’’ en la boca del Río Paraná, ante lo que se decidió recorrer el río con las embarcaciones y soldados necesarios.

Días después, se informó acerca de las muertes y pérdidas causadas por los mismos sobre aquellas canoas y botes que traficaban el mismo curso de agua. Se ordenó recorrer en convoyes, y que los que tuvieran poblaciones en la zona debían hacer sus propios fuertes.

Poco más tarde, debido a los graves daños, se decidió encabezar la construcción de un puerto en la bajada, con el objeto de proteger a los barcos que traficaban productos entre una y la otra banda, y así salvaguardar el comercio de carnes, leña, granos, grasa y sebo, tan importante para la Ciudad.

Asimismo, se nombró como comisionados a los Sargentos Mayores Francisco Javier de Echague, y a Esteban de Mendoza, con plenas facultades por sobre los Alcaldes de la Hermandad y cabos militares, y con la autorización de construir los fuertes que creyeran necesarios para defender las chacras, estancias y poblaciones rurales, así como también a las carretas que llegaban del Paraguay.

Además, se dispuso la entrega de yerba y tabaco entre los trabajadores y que solicitaban a los vecinos las herramientas necesarias para las obras. Ese mismo año, el Gobernador de Córdoba presentó una carta en la cual proponía hacer una entrada contra los indios que hostigaban las jurisdicciones del Tucumán, Paraguay y el Río de la Plata.

Respecto a todo esto, podría sostenerse: a) los ataques de los nativos repercutieron sobre las poblaciones de Santa Fe, muchas de las cuales se trasladaron y se asentaron en Buenos Aires, incluso formando nuevas aldeas por completo.

Esta realidad diría presente hasta bien entrado el siglo XVIII: por ejemplo, en 1748, los vecinos de Santa Fe pidieron permiso para trasladar sus estancias desde Coronda hasta San Nicolás de los Arroyos debido a las incursiones que estaban realizando los nativos. Los miembros del Cabildo decidieron de común acuerdo permitir el traslado de ganados desde la Jurisdicción de Santa Fe hasta Buenos Aires y viceversa siempre y cuando los solicitantes mostraran información clara de que esos ganados les pertenecían; b) las incursiones de ‘‘indios del Chaco’’ fueron bastante frecuentes y dañinas durante todo el período estudiado; c) la construcción de fuertes y el establecimiento de compañías milicianas fueron algo de sumo interés para las jurisdicciones capitulares y otros puntos del espacio, lo cual habla de los problemas de frontera como algo que afectaba a todos, lo cual se corrobora con el plan presentado por el gobernador cordobés integrando a todas las provincias en el mismo fin; d) uno de los objetivos principales era el de salvaguardar las relaciones comerciales.

Se mencionan todos los productos que entraban en juego, como las carnes, el ganado, el sebo, el tabaco, la yerba mate, entre otros. Además, puede apreciarse el papel fundamental que tenían los ríos como el Paraná en la agilización de dichas relaciones mercantiles; e) se ve a grandes rasgos una campaña organizada en estancias, chacras y demás explotaciones independientes, las cuales sufrían a causa de los avances; f) el Cabildo nombraba autoridades rurales con comisiones por sobre los Alcaldes de la Santa Hermandad (quienes poseían funciones de policía y judiciales), y militares, con la finalidad de ayudar a la protección de las poblaciones y los caminos.

Sin embargo, no todos los ‘‘indios’’ eran considerados de la misma manera, y existían diferentes grupos, que no mantuvieron el mismo contacto, ni tampoco con otros nativos.

Por ejemplo, los ‘‘nivaclé’’ del Paraguay sostuvieron relaciones comerciales con grupos cercanos a cambio de piedras y granos, y simultáneamente eran enemigos de los tobas y otros chaqueños, por encontrarse enfrentados por guerras expansivas anteriores.

Con respecto a su trato con las autoridades y poblaciones, durante todo este período fueron considerados ‘‘amigos’’. De hecho, algunos participaban con hispano-criollos en actividades productivas, como fue el caso de Antoñuelo, ‘‘indio’’ de la reducción de Santo Domingo Soriano, quien junto a un vecino de Santa Fe y un español estaban haciendo vaquerías en la otra banda del Paraná (sin licencia), al mismo tiempo que otros nativos (charrúas), se encontraban asaltado los caminos y causando daños en aquellos pagos.

Otros sirvieron como mano de obra en las explotaciones rurales o fueron campesinos en diferentes situaciones: por ejemplo, el Capitán Ambrosio Gil Negrete tenía, además de esclavos y mulatos a su servicio, 2 ‘‘indios’’ conchabados; un indígena, casado y con dos hijas, vivía como ‘‘arrimado’’ en la estancia del difunto don Juan Bas; en las tierras de don Luis de Pesoa había como conchabados dos, uno de Santiago del Estero y otro del Paraguay; Tomás de las Beatas, un nativo de 50 años, casado y con 5 hijos, vivía en las tierras de Gaspar Avellaneda; en las mismas posesiones estaba como agregado un ‘‘indio’’ de Buenos Aires llamado Juan; ese mismo año, uno de nombre Ignacio (santafesino), fue empadronado como propietario de sus tierras, mientras que otro llamado Francisco Guzmán también era propietario en Luján.

En síntesis, existían diferentes situaciones para estos grupos en la campaña, desde los que participaban activamente en las incursiones violentas, hasta los que servían como mano de obra o pequeños productores que lejos estaban del enfrentamiento directo.

No hay que olvidarse que al mismo tiempo de que se producían los problemas, existieron importantes redes de intercambio que conectaban distintas regiones y sus especializaciones productivas. Los fortines eran también centros comerciales y se colocaron al frente del proceso de colonización de tierras, contexto en el que los famosos mercachifles se expendían por el interior de las tierras aborígenes intercambiando diversos productos como la yerba mate, ponchos y ganado que recorrían todo el espacio y llegaban hasta el mercado de la Ciudad de Buenos Aires.

(*) Profesor en Historia (Universidad de Morón) y Especialista en Ciencias Sociales con mención en Historia Social (Universidad Nacional de Luján). Actualmente se encuentra finalizando la tesis de Maestría en Ciencias Sociales con mención en Historia Social en la misma institución. Se desempeña como docente en la materia Historia de América I, de la carrera de Profesorado en Historia (Universidad de Morón), y en Seminario de Investigación I y II, de la carrera de Licenciatura en Historia (Universidad Nacional de La Matanza). Escribe regularmente para varios diarios locales de Buenos Aires y otras provincias argentinas (Entre Ríos, Santa Fe y Santiago del Estero), y todos los meses para la Revista Raíces (Uruguay). Ha publicado artículos de investigación histórica en varias revistas académicas del país y del exterior, en países como Chile, Costa Rica, España, Guatemala, México y Uruguay. Especializado en varios temas de Historia Colonial, también ha disertado en distintos institutos superiores de formación docente y universidades públicas y privadas.

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