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Visita de Cartes a Lugo genera polémica

Lugo recibió a Cartes en su residencia particular.

Por José Antonio Vera

Crece el ambiente de disconformidad y confusión entre militantes de los partidos progresistas y de las organizaciones sociales democráticas en Paraguay, ante las consultas que se desarrollan entre la cúpula del Frente Guasu, liderado por Fernando Lugo, y el electo Presidente, el derechista Horacio Cartes, quien realizó este jueves una sorpresiva visita al ex mandatario, en su domicilio.

Las reacciones no se han hecho esperar, y son de todo calibre, desde la derecha que condena esas conversaciones, hasta los que las aprueban, predominando lo emotivo sobre lo racional en el conjunto de los pronunciamientos dando fe de la incomprensión entre Política de Estado en el mundo capitalista e ideologías de avanzada, infantilismo que desde hace años reina en la cosa pública de este país, suspendido del MERCOSUR desde que se produjo el Golpe “parlamentario” que destituyó a Lugo en junio pasado.

Cartes, del Partido Colorado, de casi 130 años de vida y 80 saqueando al Estado, ha sido acusado por casi la unanimidad de los sectores de la embrionaria izquierda nacional como uno de los autores morales de ese putch que terminó con el proceso de cambios nacido en el 2008 y a poco más de un año de terminar el mandato luguista.

Fuerte y exitoso empresario, con más de veinte grandes firmas bajo su conducción (ciertas versiones lo sindican como prestanombre de algunas que pertenecerían a capos mafiosos de frontera), Cartes llegó a la política poco después del triunfo de la Alianza Patriótica para el Cambio, invirtiendo algo de su inmensa fortuna en el añoso y tramposo partido, hasta hacer modificar sus estatutos y, con sólo cuatro años de afiliación, contra diez requeridos, se convirtió en el candidato presidencial, ganando en las urnas aplicando una disciplina de rentabilidad extrema, sin límites morales.

Entre las numerosas denuncias en su contra, en tanto cabecilla de una organización delictiva que opera en el narcotráfico y el lavado de dinero (informe diplomático USA, del 2011, pese a la proximidad que tendría con algunos servicios de ese país), destaca la acusación de factótum del derrocamiento de Lugo, que circula por las calles y pueblos del país.

La Alianza que encabezó Lugo había llevado de Vice a Federico Franco, jefe del actual Ejecutivo de facto, en representación del Partido Liberal, cuya dirección aprovechó ese acuerdo para invertir su caudal electoral y salvarse de la implosión que lo amenazaba, aunque, malagradecido, nunca dejó de acariciar la ilusión de presidir el Gobierno hasta conseguirlo en un acto de abierta traición, precedido en una semana por una masacre de siete policías y cerca de veinte campesinos, utilizada como pretexto.

Como en el poema La vida es sueño, de Calderón de la Barca (1600/1681), el Partido Liberal ha pasado más de la última mitad de su existencia (nació en 1887, igual que el Colorado) soñando con ser Gobierno y, en buena parte, simplemente ha sido sólo un asistente inepto, que la historia retendrá como un cómplice en todas las tropelías cometidas por el coloradismo, incluso en los últimos años de los 35 de la tiranía del General Alfredo Stroessner, con cientos de muertos y desaparecidos y miles exiliados.

Con ese pesado complejo llegó Franco a la Vicepresidencia que, en su verborragia destemplada, confesó sus intenciones golpistas a poco de andar, al decir “por ahora está él” (Lugo), ilusión festejada hace 11 meses, al figurar como cabecilla del golpe y creerse tal, sin conciencia de que obedecía al diseño de jerarcas de la oligarquía local y ésta de sus patrones de las corporaciones transnacionales del agronegocio y la megaminería, de origen USA, en cuya embajada fue descubierto complotando y denunciado por el General Luis Bareiro Spaini.

Y, aunque en política la moral es una fugaz aparición, Lugo merecería la condena, aunque la verbal que por ahora pronuncian algunos de sus allegados o entre quienes apostaron a su gobierno, si anduviera negociando con la traicionera cúpula liberal, o con el Partido Unace, de extrema derecha, pero hablar con los colorados y, además, con un representante poco comprometido con la bochornosa historia de ese partido, es un gesto que merecería mayor esfuerzo analítico.

Cierto es que Cartes es sindicado como participante en el Golpe, pero hasta ahora la ciudadanía carece de pruebas, en cambio la cúpula liberal se hizo cargo etílicamente de los laureles, sin percatarse del carácter pírrico de ese triunfo que, a pocas semanas de su reciente derrota electoral ante su eterno adversario-amigo, el partido se resquebraja, sus bases se sublevan y reclaman evacuación a sus principales dirigentes. Ante la fuerte presión, el Presidente Blas Llano ya renunció, aunque conservó la poltrona del Senado.

Cartes, sin trayectoria política, se ha pronunciado como un hombre de convicciones derechistas. Basta recordar su telegrama compungido a la familia de Juan María Bordaberry, en ocasión de la muerte de éste, sátrapa que encabezó la tiranía cívico-militar uruguaya en 1971, y luego reincidió en su amor por los fascistas al elogiar a Stroessner en una entrevista a la prensa chilena, en un claro mensaje pre-electoral enviado a los “osos blancos” colorados.

Este paso de visitar a Lugo, en su encuentro de mayor trascendencia desde su elección a Presidente hace tres semanas, da lugar a muchas lecturas, que deberían hacerse con más raciocinio que sentimentalismo, exigiendo prioridad a los intereses de la Nación por encima de los amores y fanatismos partidarios que, generalmente confunden deseos por realidad. En filas de la derecha, la primera identificación es la de liberal o colorado, después la de paraguayo.

El recién electo aún no muestra sus cartas, pero viendo su agitado desempeño empresarial, es fácil de suponer que tendrá varias en la manga. En su entorno hay muchas nubes, quizás algunas con función táctica y otras obedeciendo planes concretos, al tiempo que hay ambivalencia al ordenar al gobierno saliente que suspenda contratos y licitaciones, sin reaccionar públicamente a la continuación de los mismos.

Una señal interesante en el buen camino que se debería caminar, se produjo esta semana cuando Cartes hizo que el gobierno anunciara la suspensión de la negociación, muy avanzada, con la transnacional Río Tinto Alcan, que pretendía instalarse en el país (que no tiene bauxita y debería importarla), para fabricar lingotes de aluminio, un interés que sólo se explica por la existencia de bajos salarios, un precio ínfimo de la energía hidroeléctrica o subvención descarada acordada con los liberales, y la enorme facilidad fiscal que, en la corrupción, encuentran los inversores extranjeros.

Lugo no es ningún revolucionario, como para exigirle conducta de tal, y hasta que se pruebe lo contrario, es probable que continúe interesado en servir al país, como lo hizo cuando andaba de sandalias mediando en los conflictos entre campesinos y terratenientes amparados por la venalidad del gobierno colorado, o cuando abandonó el confort episcopal por la arriesgada aventura de administrar el Ejecutivo Nacional, secuestrado por el prebendarismo, la descomposición moral y la insensibilidad social.

Al término de la conversación con Cartes, el ex mandatario, Presidente del Frente Guasu, que tiene cinco senadores electos, expresó interés en negociar con todas las fuerzas que quieran contribuir a la instalación de un Estado estable, capaz de enfrentar los grandes problemas nacionales. Adjudicarle esa buena intención al representante colorado es propio de ingenuos o cómplices, pero entre los interrogantes últimos que han surgido en la política paraguaya, hay un vasto espacio vacío que podría producir una decantación nítida entre los actores e instituciones que están en la cancha.

Con siete millones de habitantes, un millón emigrado por razones económicas, Paraguay, en sexta posición última de la lista de naciones más carenciadas, registra cerca de un 50 por ciento de pobres y más de un millón de hambrientos, con niños que no llegan a terminar el tercer año escolar, hospitales desbordados de enfermos sin atención mínima, un tercio de trabajadores informales, y con apenas 10 por ciento de asalariados con protección social. No existe Impuesto a la Renta Personal y mucho menos a las grandes fortunas.

Clara muestra de la afrentosa desigualdad social imperante, el 85 % de la tierra está en manos del 2.5 % de la población, y corolario de décadas de corrupción y de un Estado secuestrado por una oligarquía mafiosa, es la inmensa ganancia que registra el sector bancario extranjero, la producción de soja, de unas 8.5 millones de toneladas en la actual zafra, exportada sin pagar impuesto alguno, y la venta de carne al extranjero por montos que superarían los 3.500 millones de dólares este año, dejando la de menor calidad para el consumo interno y a precios inalcanzables para un asalariado mínimo.

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