La jornada arrancó con miles de peregrinos descansando donde podían tras la larga caminata, mientras el Tupãsy Ykuá quedaba desbordado por fieles que buscaban agua bendita.

La procesión abrió paso a la misa central, presidida por monseñor Ricardo Valenzuela, quien no esquivó el tema que más indigna al país: “una persona corrupta destruye a la sociedad”, afirmó, generando un aplauso inmediato.

Luego, monseñor Pedro Jubinville leyó la carta pastoral de la CEP, que fue todavía más directa: “La corrupción desvía recursos que pertenecen a todos, rompe la confianza en las instituciones, alimenta el cinismo, abre la puerta a los populismos autoritarios, secuestra el Estado para grupos mafiosos o ligados al crimen organizado, profundiza la desigualdad porque el que no tiene plata para el gestor, no accede. Desde la fe, debemos decir sin ambiguedad, la corrupción es pecado grave”.

Mientras algunos buscaban refugio por la lluvia, el ministro Tadeo Rojas aseguró que llevará estas observaciones al Ejecutivo y habló de un “pacto nacional”. Más temprano, el opositor Miguel Prieto cuestionó la ausencia presidencial: “Un gobernante tiene que salir a escuchar a la gente y no dar la espalda al pueblo”.

La festividad fue declarada Patrimonio Cultural Inmaterial del Paraguay, reafirmando su peso espiritual y social en un país que, entre súplicas y reclamos, pide que la lucha contra la corrupción deje de ser solo un discurso.