Opinión
El (incierto) futuro de la educación paraguaya II

El muro burocrático y el acantilado digital

Eduardo Petta, ministro de Educación observa como un alumno intenta conectarse a para recibir clases digitales (Dibujo:NOVA).

Por Borja Ormazábal, periodista y docente

Hablábamos el otro día de nuestros pobres docentes, almas en pena sin prestigio social ni plata. ¿Quién sería el iluso que dijo “de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde su alma”?. ¡Hay que comer! y nuestro Estado a veces alimenta a sus ciudadanos para dejarlos luego morir de hambre. He aquí el surrealista caso (o de realismo mágico, mejor) de los becarios de BECAL, a los que el país paga su formación en bien consideradas universidades extranjeras, pero que se encuentran a su vuelta con trabajos no especialmente bien remunerados y, además, sin saber si podrán dar clase para revertir así el conocimiento adquirido, pues la normativa del CONES les exige (no se dice explícitamente que estén exentos) legalizar sus títulos, a la sazón, con tasas a partir de los 2 millones largos de guaraníes (la mayoría van a cursar maestrías, los grados son algo más baratos). Los más resilientes se quedan, resignados, otros, trascurrido el obligado período de 5 años, emigran a tierras más agradecidas con el conocimiento, ante la imposibilidad o la impotencia de cambiar los ineficaces -cuando no nepóticos- procesos de nuestra función pública.

Claro que peor lo tendría un profesor de la prestigiosa universidad inglesa de Oxford que por avatares de la vida (amor, destino…) fuera a parar a nuestro país, quien, para dar clase tendría que pagar casi 5 millones para convalidar su titulación… pero un licenciado en una universidad de “garaje” no tendría que pagar nada y sería el que al final, seguramente, acabara de profesor en una de nuestras universidades. Pero no todo iban a ser malas noticias: con suerte, en 6 meses el trámite estará finalizado, el título legalizado… y puede que el profesor ingles aún siga en el país. Otra cosa no, pero en Paraguay tenemos infinidad de normativas y procesos regulados hasta la extenuación. Que unas veces se cumplen y otras no, dependiendo del sujeto administrativo.

El “Chaco tecnológico”: déficit de formación y de Internet

Por otra parte, las competencias de enseñanza digital no se aprenden de la noche a la mañana. Les cuento mi caso: soy profesor de universidad y nuevo dando clase a distancia. Reconozco con pesar que, pese a poner en mi labor todo el empeño, subo al campus virtual de la universidad (de las mejor preparadas del país en esta área y, aun así, con problemas de saturación de la web) y no puedo hacer una discusión o debate como me gustaría, porque cuando interpelo a un alumno, entre que este responde o guarda silencio el hilo narrativo de la clase queda en suspenso; tardo segundos que se hacen eternos en poder compartir mi pantalla, el sonido de mi computadora a veces no funciona y, así, un largo etcétera de inconvenientes técnicos. Cuando mi bautismo como docente digital, dar clase online intentando mantener la misma calidad de mis clases presenciales se me antojaba como arrojarme al Iguazú desde la catarata más alta: no sabía si sobreviviría.

Otra pieza importante de nuestro puzle educativo postpandemia es la tecnología. Si atendemos a la homilía del ministro de educación ante el Senado el pasado mes de mayo no tendríamos de qué preocuparnos, puesto que se han formado 81.000 aulas virtuales y casi un millón de estudiantes están en la plataforma donada por Microsoft para las clases virtuales, amén de esperanzadores proyectos de futuro como miles de computadoras que llegarán a los que no tienen y escuelas que serán conectadas a Internet “en noviembre”. Ojalá todas estas ideas se hagan realidad, pero, aunque así fuera y el dinero llegara efectiva e íntegramente al fin destinado, no sería suficiente.

Nuestras carencias en infraestructura y tecnología son demasiado grandes. Nuestro país es aún un gran Chaco, un desierto digital. Aunque la señal de Internet para celulares en el Paraguay es buena (la velocidad, no tanto), la cobertura y la velocidad de conexión en los hogares, necesaria para el uso de computadoras (muchos contenidos es muy difícil impartirlos a través de celular), se encuentran entre las más bajas de la región, según estudios de organismos internacionales y de nuestro Ministerio de tecnología: en conexiones de alta velocidad estamos al final de la lista, al nivel de Venezuela. Hay que tener en cuenta, además, que, según un informe de mayo pasado de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) el aumento en el uso de plataformas digitales ha reducido las velocidades de conexión. Como se dice en mi pueblo: el Internet de nuestras casas va “a pedales”. Nuestra brecha digital es en realidad un acantilado.

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