Opinión
El (incierto) futuro de la educación paraguaya lll

La nueva normalidad: ¿regreso al pasado o salto al futuro?

¿Se subirá Petta al DeLorean? (Dibujo:NOVA).

Por Borja Ormazábal, periodista y docente

Cuando la pandemia vaya remitiendo a nivel mundial y haya ya una vacuna (que a nuestro Paraguay llegará en algún momento, pero a buen seguro no inmediatamente) se nos plantearán tres opciones: vuelta a las clases presenciales, como siempre; instauración de un sistema mixto (lo que se conoce como blended-learning) o la implantación de un sistema predominantemente a distancia (e-learning). En un reciente informe la UNESCO anima a extraer lecciones de la crisis, a implantar un sistema híbrido que tome lo mejor de la educación presencial y a distancia y, además, da ideas concretas como realizar tutorías individuales o implementar grupos reducidos de estudiantes para buscar la nivelación del aprendizaje. Son bellas y bienintencionadas palabras, pero pueden resultar huecas para un país como el nuestro.

Implementar una educación total o predominantemente a distancia no es viable en nuestro país por las limitaciones técnicas y las competencias del profesorado ya aludidas en los artículos anteriores. Sospecho que muchas universidades volverán al sistema presencial tradicional, en la confianza de que no vuelva a producirse una crisis de la magnitud de la actual. Las que cuentan con más medios y que ya tenían plataformas virtuales desarrolladas tenderán a esa educación mixta o blended-learning, impartiendo la teoría a distancia y la práctica presencialmente, a distintos niveles (unas impartirán toda la teoría online, otras solo parte). La cuestión es si esa educación será eficaz. Tengo mis dudas, porque para eso hace falta inversión.

En busca de la plata perdida

Para realizar tutorías individuales y clases con pocos alumnos hace falta plata. Y el Gobierno no tendrá plata después de esta crisis. Y, si consultamos la hemeroteca, no tenemos la certeza de que la plata que llegue se emplee en el fin requerido. Y los empresarios de nuestras instituciones educativas privadas no creo estén dispuestos a reducir más sus márgenes de beneficio (al hilo de esta cuestión pienso en la curiosa paradoja -otra más- de nuestras instituciones de educación superior sin ánimo de lucro, cuyos propietarios, valiéndose de diversos subterfugios legales, acaban por lucrarse). Y porque los profesores no van a cobrar más, si acaso menos, ante la reducción de las matrículas que arrastrará la crisis económica en ciernes. Estos docentes, sin embargo, no trabajarán menos, sino más, pues el trabajo de e-learning bien hecho conlleva muchísima preparación de las clases. Y su motivación, por lo tanto, no será la óptima y solo aguantarán los que necesiten imperiosamente el trabajo, no los mejores.

Alumnos que no acaban, oportunidades que no existen

De este modo volvemos al otro pilar fundamental de nuestra educación, los alumnos. La recesión económica a la que nos encaminamos según todos los indicadores hará que muchos de nuestros estudiantes no puedan costearse sus carreras. Además, está el problema de la deserción estudiantil. Según el trabajo de nuestro Ministerio de educación (MEC) de 2013 sobre instituciones de educación superior, la diferencia entre matriculados y egresados en el año 2001 era del 8%, mientras que en el 2011 se situaba ya en el 183%. Hoy se estima que solo 1 de cada 10 universitarios culminan su estudios. Los alumnos no pueden acabar sus carreras bien por motivos económicos (en mi experiencia, el principal), bien por falta de competencias, pues el nivel que traen de los colegios es el que indica el último informe Pisa-D, del año 2018, es decir, insuficiente, amén de otras causas de menor incidencia.

Por otro lado, la baja movilidad social (en su sentido vertical, de ascensor que hace que a través de la formación una persona pueda tener un empleo mejor, ganar más dinero) que existe en nuestro país hace que muchos alumnos desistan de emprender sus estudios universitarios o hacerlo solo por “el cartón” que les piden en sus trabajos. Según el último Índice Global de Movilidad Social realizado por el Foro Económico Mundial, Paraguay se sitúa en la posición 69ª de 82, solo por delante en nuestra región de Honduras y Guatemala.

Cómo salir del pozo

Alguien me acusará de pesimista, intentaré convencerle de lo contrario. ¿No hay nada que se pueda hacer, entonces? Sí se puede. Se puede reformar la ley para que el ánimo de lucro de nuestras universidades se fiscalice realmente, imponiendo sanciones de elevada cuantía a aquellas instituciones que defrauden la norma. Se pueden establecer subvenciones directas del Estado para la remuneración del profesorado universitario e incrementar así sus emolumentos. Realizar un plan gubernamental de atracción del talento docente de fuera del país (sean connacionales o extranjeros) como se hizo en países de nuestro entorno, como, por ejemplo, Ecuador. Diseñar proyectos de formación del profesorado (a todos los niveles, desde primaria a la universidad) impartidos por profesionales de capacidad contrastada (los nacionales que haya, que los hay, y de otros países). Podemos establecer un sistema de becas con aportaciones del Estado, empresas e instituciones educativas privadas para alumnos que acrediten una media aceptable de calificaciones para que su trayectoria académica no se trunque por motivos económicos.

Ahora bien, para todo esto necesitaríamos unos políticos responsables, algo que requiere de una buena dosis de optimismo, por no decir ingenuidad. Confío, sin embargo, en que esto cambie, pues aunque no se le puede pedir a un político que sea talentoso, sí se le debe exigir que sea honesto. Y fíjense si soy realista que coincido con Mark Twain en que la honestidad es la mejor de las artes perdidas. A aquel que no la encuentre el pueblo paraguayo debería enviarle río abajo, rodeado de tanta agua como plata da nombre al cauce y poder decir así que el dinero le arrastró a la mar, que es el morir, como a los conquistadores españoles les perdió la avaricia de encontrar nuestro Mba'e vera guasu, creyéndolo el legendario “El Dorado”.

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